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El Pasajero Anónimo

  • Foto del escritor: Eduardo  Towers Veytia
    Eduardo Towers Veytia
  • 12 may
  • 7 Min. de lectura

En 1993, se publicó por vez primera el libro “El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro”, escrito por Marc Augé, antropólogo francés, y marcó un hito principalmente en la forma de hacer etnografías, ya que cómo él lo expresó en una visita a México en el 2016: “...el etnólogo puede llegar a desdoblarse y considerarse él mismo el sujeto de estudio… donde indagué sobre la alteridad y la identidad en el metro y no tenía mejor informante que yo mismo”. En "El viajero subterráneo", Augé aplicó su mirada etnográfica a este entorno aparentemente banal. Su método consistió en observar detenidamente la vida cotidiana del usuario del Metro: las miradas que se cruzan o se evitan, la absorción individual en libros o dispositivos —que en su momento no estaban tan avanzados tecnológicamente, cómo ahora—, los micro-rituales de entrada y salida, la forma en que el propio espacio físico (los pasillos, los vagones) condiciona los movimientos y las posturas corporales. Augé buscaba describir esta realidad "tal cual se presenta", sin caer en la denuncia simplista ni en la mera contemplación estética, sino a través de juicios sobre la experiencia vivida.


A partir de este texto, en el 2009, escribí para el portal de “La Ciudad Viva”, un pequeño ensayo, titulado “El Pasajero Anónimo”, que relata mi experiencia en un dia cualquiera en el metro de la Ciudad de México, pero a partir de las interacciones entre una persona en situación de calle y los usuarios del metro. Y cierro este ensayo, con una reflexión actualizada a partir del texto de Augé. 


Portada El Viajero Subterráneo, Marc Augé
Imagen 1. Portada del libro "El Viajero Subterráneo" de Marc Augé


Un jueves cualquiera, en una ciudad que a veces uno mismo no entiende del todo.

Son las seis de la mañana, suena el despertador, abro uno de mis párpados, y lo primero que se me viene a la mente es el tedioso traslado y transbordo... Es el día en que el automóvil se queda en casa (gracias a un programa medioambiental que, de hecho, no parece funcionar del todo en la Ciudad de México y su zona metropolitana. ¿Dónde queda la sostenibilidad?).


¿Por qué diablos vivo tan lejos de mi trabajo? Pero incluso si viviera más cerca, posiblemente no me percataría de muchas cosas en esos trayectos y traslados.


Me levanto de la cama, entre sueños y con los ojos aún cerrados, salgo al patio trasero, enciendo el calentador, espero cinco minutos y me baño. Algunos pequeños rayos de sol comienzan a iluminar las nubes de octubre, tiñéndose de tonos rojizos.


6:40 hrs. Después de un desayuno que incluye frutas, un vaso de leche, jugo de toronja y un huevo revuelto con machaca, salgo de mi casa para ir al trabajo.


7:00 hrs. Lo primero es caminar durante cinco minutos hasta la Avenida de los Maestros, para tomar allí un "Guajolojet" (un autobús foráneo que conecta los pueblos de la periferia con la Zona Metropolitana de la Ciudad de México). Este autobús se dirige a la estación del Rosario del Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México. En un trayecto de aproximadamente una hora, dependiendo del tráfico, llegaré a la estación. Afortunadamente, es temprano, así que es probable que pueda ir sentado en el autobús.


El Efecto Bus
Imagen 2. Traslados desde la Zona Metropolitana de la ciudad de México. Referencia: D.R. ©Eduardo Torres Veytia, 2025

Pasan quince minutos y los autobuses que circulan por la avenida vienen atestados. La única opción, al parecer, es "irme de mosca" (expresión que se usa cuando una persona se cuelga del autobús, con el consiguiente riesgo de caerse). Por fin, después de unos cinco minutos, pasa otro autobús que no va tan lleno, y logro que se detenga. Lo abordo y me voy de pie. En un trayecto normal, es decir, sin tráfico, el recorrido desde este punto hasta la estación del Metro Rosario tomaría entre quince y veinte minutos, pero con el tráfico, hay que añadirle de diez a quince minutos, y eso es exactamente lo que sucede.


El chofer del autobús, como puede, va esquivando los demás vehículos, como si estuviera en un kayak sobre un río caudaloso. Se desliza entre los obstáculos, esquiva dos camiones de leche y otro de la Coca-Cola, y por poco se lleva por delante a una señora que intentaba cruzar la calle. En algún momento, se escucha la entonación de un "recordatorio materno" (en la Ciudad de México, es muy común expresar desaprobación mediante ciertos silbidos o, en el caso de los automovilistas, mediante el claxon, aludiendo a la madre del conductor que maneja de manera imprudente, como un completo neandertal  —sin menospreciar a la especie—, pero da la impresión de que no ha evolucionado). Entre estos quiebres de un lado a otro, frenazos, acelerones, saltos y demás, un usuario grita desde la parte posterior del autobús: "¡¡¡No traes vacas!!!".


Por fin, nos vamos acercando a la estación del metro, donde me espera otra odisea para poder abordarlo.


7:45 hrs. "Vivitos y coleando", como se suele decir, hemos llegado sanos y salvos, aunque lo más seguro es que, a la larga, uno u otro pasajero presente alguna discapacidad motriz o un problema en la columna vertebral debido a tanto ajetreo en el autobús.


Escaleras y más escaleras, pasillos, tornos y demás, antes de poder abordar el metro. La gente se arremolina en los pasillos, y poco a poco se va distribuyendo en las dos entradas que dan acceso al metro. La gente no se empuja, pero mientras algunos compran su boleto, otros ya ingresan con su tarjeta electrónica (un boleto de metro tiene un costo de dos pesos mexicanos, equivalente a un cuarto de dólar americano en 2009). Después de pasar los torniquetes de pago, se despliega una serie de tres escalinatas que bajan al nivel de los andenes. Desde hace unos años, los dos primeros vagones están reservados para las mujeres, y los demás, para los hombres. Aun así, una amiga comenta que prefiere viajar en los otros vagones, porque percibe mayor discriminación de mujeres a mujeres, y al menos, según ella, en los otros vagones las personas suelen ser más atentas y menos agresivas (¿será?), aunque también existe uno que otro patán que se propasa.


Caged Commuters
Imagen 3. Caged Commuters-Taken in Toronto. Referencia: D.R. ©Richard Pilon (https://flic.kr/p/dUgqNc)

Cuando uno es nuevo en la ciudad y se enfrenta por primera vez al Metro, la experiencia es impactante. Recuerdo de niño haber visto imágenes de cómo en Japón metían a las personas en los vagones como si fueran sardinas. La realidad es que, desde hace algunos años, esa escena se repite en la Ciudad de México, aunque no en todas las líneas del sistema de transporte colectivo Metro. El "efecto sardina" puede experimentarse en diferentes horarios y días, principalmente entre las seis y las diez de la mañana, entre las doce y las tres de la tarde, y luego de las cinco a las ocho de la noche. En esos momentos, el metro (al menos en esta línea) se satura. Una horda de personas trata de conseguir un lugar, de poder sujetarse de un tubo, de tener un espacio para respirar, o de no ir oliendo al vecino, o escuchando la conversación de los amantes, o los problemas del de al lado. Hoy en día, los pasajeros pueden refugiarse más fácilmente y evadirse de la realidad y de lo cotidiano gracias a un walkman, un iPod, un iPhone, o cualquier otro dispositivo que les permita perderse en la nebulosa, y así no escuchar ni ser escuchado, borrándose por completo de todas las personas que los rodean.


Pero en este día en particular, la situación es diferente. Conforme el vagón del metro se acerca, la gente avanza y sale por las puertas. En un asiento al inicio del vagón, hay un pasajero, un hombre, una persona que tiene una identidad, pero que pocas veces es reconocido como un "habitante" más de esta Ciudad de México.


A la espera estación Tacuba
Imagen 4. Estación Tacuba, Linea 7-Naranja, Metro CdMx. Referencia: D.R. ©Eduardo Torres Veytia, 2025

Ese habitante, de aspecto desaliñado, vestido con harapos, vive inmerso en su propia visión del acontecer cotidiano. No niega quién es, pero tampoco se identifica con las personas que suben al vagón.


El vagón solo se llena hasta la mitad de su capacidad. Por lo general, un vagón puede albergar alrededor de cincuenta personas, pero en esta ocasión solo viajan veinte, agrupadas en un extremo. En el otro extremo, cómodamente instalado, se encuentra "Juan", un indigente, una persona en situación de calle, un vulnerable, un pobre de la ciudad. ¡Cuántas clasificaciones existen para denominar a un habitante más!


Habitantes que, como todos, tienen una historia que contar, que viven en un mundo diferente, a veces con ideas distintas, y con sus propios fantasmas y "vendettas" que los ayudan a sobrevivir en este mundo de asfalto que llamamos ciudad.


Su identidad está marcada en su rostro y en sus manos, en sus gestos, en sus recorridos cotidianos, en los lugares que frecuenta. Pero su identidad también es negada cuando no se le reconoce como un ciudadano más, como parte de una sociedad y de una ciudad.



En la Ciudad de México, como en muchas otras metrópolis latinoamericanas, la diversidad de identidades es palpable. 'Juan', el hombre en situación de calle, es solo un ejemplo de la multitud de historias que se entretejen en el tejido urbano. Reconocer estas alteridades como parte integral de nuestra sociedad es un paso fundamental para construir una ciudad más inclusiva y empática.


Tal como Augé exploró la alteridad en el metro parisino, la experiencia de 'Juan' en el metro de la Ciudad de México revela las múltiples capas de la vida urbana. Al igual que el etnólogo que se convierte en sujeto de estudio, cada uno de nosotros, como pasajeros anónimos, podemos elegir observar y reflexionar sobre las historias que nos rodean, o simplemente pasar de largo.


En definitiva, el metro, como microcosmos de la ciudad, nos muestra la complejidad de la sociedad, donde la coexistencia de identidades diversas a menudo se ve eclipsada por la indiferencia.


Cierro este ensayo, con dos preguntas: 


¿Cuántas historias como la de 'Juan' pasan desapercibidas en nuestro día a día? 

¿Cuántas identidades marginadas coexisten en nuestra ciudad sin ser reconocidas? 


Referencias a imágenes:

Imagen 1. Portada del libro de "El viajero subterráneo", escaneo de portada.

Imagen 2. Fotografía en el metro, fuente: D.R. ©Eduardo Torres Veytia, 2025.

Imagen 3. Fotografía en el Metro de Toronto, D.R. © Richar Pilon, 2013 https://www.flickr.com/photos/ricklerocker/

Imagen 4. Fotografía en el metro, fuente: D.R. ©Eduardo Torres Veytia, 2025.


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D.R.©Cartografías Interculturales 2025 

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